Del griego khlorós -que significa “verde claro” o “verde amarillento- y phylon -que se traduce como “hoja”- la clorofila - descubierta en 1817 por los químicos franceses Pierre Joseph Pelletier y Joseph Bienaime Caventou- es un pigmento vegetal presente en todas las plantas y que es fundamental para la vida sobre la Tierra porque se encarga de absorber los fotones de luz necesarios para realizar la fotosíntesis, proceso por el cual se transforma la energía luminosa en energía química y del que resulta la creación de oxígeno que es liberado a la atmósfera para beneficio de todos los seres vivos. Además dice la literatura científica que “la molécula de clorofila es grande”, que “su centro está ocupado por un único átomo de magnesio rodeado por un grupo de átomos que contienen nitrógeno”, que “de este núcleo central parte una larga cadena de átomos de carbono e hidrógeno que une la molécula de clorofila a la membrana interna del cloroplasto, el orgánulo celular de las plantas donde tiene lugar la fotosíntesis” y que “existen varios tipos de clorofilas que se diferencian en detalles de su estructura molecular y en que absorben distintas longitudes de ondas luminosas si bien la más común es la clorofila A que constituye aproximadamente el 75% de toda la clorofila de las plantas verdes”.
Lo que también se sabe, además de estas meras descripciones, es que la clorofila posee interesantes propiedades terapéuticas que van desde el poder para regenerar nuestro organismo a nivel molecular y celular hasta su capacidad para desintoxicar y depurar el cuerpo, combatir infecciones, ayudar a curar heridas y promover la salud y buen funcionamiento de los sistemas circulatorio, digestivo, inmune y respiratorio además de aumentar el número de glóbulos rojos y prevenir el cáncer, entre otras. Por tanto, además de por ser indispensable para la continuidad de la vida sobre la Tierra, a la clorofila se la considera un elemento de tan especial importancia para la salud humana que algunos expertos no dudan en denominarla la “sangre verde”.
Lo que también se sabe, además de estas meras descripciones, es que la clorofila posee interesantes propiedades terapéuticas que van desde el poder para regenerar nuestro organismo a nivel molecular y celular hasta su capacidad para desintoxicar y depurar el cuerpo, combatir infecciones, ayudar a curar heridas y promover la salud y buen funcionamiento de los sistemas circulatorio, digestivo, inmune y respiratorio además de aumentar el número de glóbulos rojos y prevenir el cáncer, entre otras. Por tanto, además de por ser indispensable para la continuidad de la vida sobre la Tierra, a la clorofila se la considera un elemento de tan especial importancia para la salud humana que algunos expertos no dudan en denominarla la “sangre verde”.